sábado, 6 de marzo de 2010

¡Señor, sálvame!

Basado en el libro de Mateo capítulo 14 versículos 22 al 33.

Ese día, antes de que los discípulos presenciaran la gran escena de Jesús caminando sobre el mar, éste había alimentado a más de cinco mil personas. Les había derramado nuevamente sus bendiciones y les había estado enseñado. Fue un día espléndido, pero al concluir Jesús ordena a sus discípulos que se vallan antes hacia la otra ribera mientras El despide a la multitud. Otra vez se encontraban en medio de un mar agitado. Esta vez su maestro los había dejado solos, a su entender, y nuevamente estaban luchando contra las olas que golpeaban la barca. Mientras tanto Jesús oraba…

Esta escena se presenta seguidamente de diferentes maneras, siempre vemos a Jesús que está allá en el cielo y nos sentimos que estamos solos aquí, luchando nuevamente contra nuestros problemas. La Biblia dice que Jesús subió al monte a orar, ¿Acaso se había olvidado de sus amigos? ¡Claro que no! Salió al encuentro de ellos caminando sobre las aguas del mar, pero cuando lo vieron, creyeron que era un fantasma. ¿Cómo, no creían en Dios? ¿Quién les enseñó esa teoría acerca de los fantasmas? Al meter dentro de sus cabezas enseñanzas que no son de la Biblia no pudieron distinguir a su Salvador y lo confundieron con un enemigo. ¿No nos pasa lo mismo a veces? Creemos conocer bien a Dios, pero cuando El se acerca hacia nosotros lo confundimos con cualquier cosa. Metemos tantas teorías y filosofías humanas en nuestra mente que nos confunden y obstaculizan nuestra creencia en Dios y su fe en El. Dudamos porque el hombre nos enseña a dudar, mientras tanto Jesús nos enseña a confiar. No distinguimos que es El y seguimos creyendo que nos tiene abandonado a merced del Enemigo. Pero El nos tranquiliza y se presenta: “¡Tened ánimo; yo soy, no temáis!”

Esa voz melodiosa, que te llena de paz es la que resonó en medio de la tormenta. ¡Qué frase más linda que esa cuando estamos confundidos! “Soy yo”, soy tu Salvador, soy tu Dios el que te da fuerzas y que nunca te abandona. Tú me creías lejos pero en realidad estoy cerca de ti.

El humano siempre tiende a dudar y demanda pruebas de todo por más de que crea. Su discípulo Pedro le pidió que si El era Jesús, haría que el también pudiese caminar sobre las aguas. ¡Hay Pedro! ¡Cuántos somos como él! No dudo en saltar de la barca y mandarse a caminar sobre las aguas. Pero su mirada se separó de Jesús. “Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo” y acto seguido comenzó a hundirse.

Así somos todos nosotros, primero creemos que Dios está lejos nuestro, cuando El se acerca hacia nosotros a veces lo confundimos, también decimos que creemos que es El pero demandamos pruebas y cuando el muestra su poder y obra un milagro en nuestras vidas solemos desviar nuestra mirada de la suya y enseguida comenzamos a hundirnos. El milagro comienza y concluye con nuestra mirada fija en nuestro Salvador, separados de El perdemos ese poder y esa fortaleza que nos da a través de su Espíritu. Nosotros al ser débiles, comenzamos a hundirnos y ahí es cuando surge el clamor: “¡Señor, sálvame!.

Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Muchos hablan de la Fe, de que hay que tener Fe, de que Dios nos va a ayudar. En ese momento Jesús no dudó en salvar a su amado discípulo, pero a la vez que lo salvaba lo reprendía. Muchas veces dudamos, aún cuando el milagro se está produciendo. Miramos a nuestro alrededor y calculamos todo a base del potencial humano. Vemos que éste es totalmente insuficiente para enfrentar todos esos obstáculos. Esto sucede porque suministramos el poder humano a nuestra fe y no el poder divino. Nos olvidamos que la fe te la da Dios y que el ser humano no la posee en sí mismo. Jesús es el autor de la fe.

…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…” Hebreos 12:2

Sería bueno que a solas con Dios, leyera todo el capítulo 11 y luego el 12 del libro de Hebreos. De esta manera podrá conocer cuánto poder tiene la fe en nuestro Salvador. Solo podremos conocerlo a través de su palabra, por eso le insto a que lea estos capítulos del libro de Hebreos.

…porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; nada os será imposible. Pero éste género no sale sino con oración y ayuno”.

Tenemos fe, pero esta no tiene poder ni nosotros tampoco, el poder lo tiene Dios. Cuando tenemos “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Heb. 11:1)” , miramos fijamente a nuestro salvador y cuando nuestro corazón está entregado a su voluntad, El puede obrar por nosotros. ¿Y cómo podemos mantener nuestra mirada fija en nuestro Salvador? Pues leamos sobre la vida de Jesús. Este es el mejor ejemplo y contiene todas las respuestas. El vivía orando y leía las sagradas escrituras. Vivía en comunión con su Padre. La misma respuesta que Jesús le dio a Pedro contiene la respuesta: “Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?”. Dudó y creyó que iba a morir ahogado. Pero en vez de seguir luchando por su propia cuenta buscó a Jesús, tuvo la plena certeza de que El lo podía salvar y El obró.

¿No es esta su promesa? “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia y todas estas cosas os serán añadidas” Mateo 6:33. Sería bueno que leyesen por su cuenta Mateo 6:25-34. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” Marcos 11:24.

Quiero cerrar con estas palabras del apóstol Juan, en su primera carta; 1 Juan 5: 1 al 5. Medítenla y guárdenla en su corazón.

“Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al que engendró, ama también al que ha sido engendrado por él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos. Pues este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos. Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?”

Amigo/as míos, la fe crea un vínculo entre Dios y nosotros. En ese vínculo está la oración y el estudio de su palabra. A medida que nos acercamos más a Dios y dejamos que El se acerque más hacia nosotros, ese vínculo crece y se fortaleza y así también nuestra fe en El. Tenemos que dejar que su Espíritu more en nuestros corazones y estrechar y fortalecer cada día nuestro vínculo con El. Jesús lo lograba a través del estudio de su palabra y la oración. Luego de esto se veían los resultados de la completa comunión que tenía con su padre. Y si la fe te la da Dios, ¿no tendríamos que procurar estar cada día más ligado a Él? Nunca perdamos nuestra mirada de nuestro Salvador y de nuestro Padre celestial

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